9 feb 2024

El dedo en la llaga

 Mi gato viejito ya no tenía dientes; se le cayó el último al menos un año antes de morir, lo que sucedió la semana pasada.

Por esa razón le comprábamos hígados de pollo, los cuales eran un manjar para él, bien cortados en pequeños trozos, era su comida predilecta, después de los sobres de whiskas, claro está.

Y cada semana, en la visita al supermercado, era paso obligado llegar al refrigerador del pollo y elegir los paquetes más frescos y grandes, porque además a su nieta también le gustan.

Ayer no pude pasar por ese refri. Entré al súper como cada ocho días, el mismo recorrido para que no se me olviden los productos de siempre, y unos metros antes de llegar a los hígados, me puse a llorar.

Qué ridícula me he de haber visto a los ojos de los extraños.

Mi pobre marido (y digo pobre porque también él se avergonzó de mí) no hallaba qué hacer, siguiéndome sin rumbo por toda el área de carnes mientras yo intentaba en vano secar mis lágrimas y concentrarme en elegir la comida en lugar de pensar en mi gato muerto.

Sabía que sería doloroso perderlo. Casi 16 años con nosotros no son para menos. Pero que los hígados de pollo me hagan llorar creo que es demasiado.

8 feb 2024

Elegía a mi gato

 Se murió mi gato.

Hace una semana que no despierto al escuchar sus uñas 

tocando el suelo frío de la madrugada;

tenía artritis y su espalda encorvada 

afectaba sus pasos, antes silenciosos.


Hace ya ocho días que no me apura con sus maullidos

para que saque su desayuno al patio,

que comía luego de revisar que no hubiera

otros gatos en los alrededores.


Esta mañana me despertó su nieta,

sin maullidos, sólo ronroneos.

Por costumbre bajé, saqué la comida y la llevé afuera,

pero la gata no comió.


Le hacía falta su abuelo para que revisara los rincones,

buscando intrusos que hubieran pasado la noche

entre los huecos de la casa;

me quedé de vigilante.