17 ago 2021

Aún sin título primera parte

 Se despierta asustada por los golpes a la puerta; es de madrugada y aún siente los vapores del alcohol en su cabeza. Con los ojos entreabiertos se levanta y pregunta quién es.

-Soy yo, ábreme- la voz llorosa de su amiga la pone en alerta y despeja su mente en un segundo.

-¿Qué pasó?- las horas previas habían salido de bares, buscando algo que las entretuviera en la última noche de vacaciones, pues al día siguiente ya debían regresar a casa, un hogar lejano, agobiante y tedioso que ninguna de las dos estaba dispuesta a tolerar demasiado tiempo más. -Pensé que te ibas a quedar toda la noche con él-.

Mientras entraba con la furia de una tempestad, la cara cubierta de lágrimas negras por el maquillaje y el cabello más revuelto que de costumbre, aventó su bolsa al sillón y se dejó caer en la cama. La almohada amortiguaba su voz, pero el sentimiento era claro y dejaba traslucir coraje y decepción.

-Se arrepintió. Al parecer no soy suficiente como para tomarse la molestia de coger sin compromiso-.

-¡¿Que no eres suficiente?! ¡Ja! Eres demasiado, diría yo, y por eso no pudo contigo. ¿No se le paró? Seguramente estaba tan asustado de estar con una mujer libre y decidida y sus instintos machistas afloraron en su contra. Mala suerte para él-. Ahora quien estaba furiosa era Lluvia, incapaz de creer que cualquier hombre en su buen juicio quisiera perder la oportunidad de estar en la intimidad, o incluso en público, con la mujer que estaba frente a ella, hecha pedazos. Su amiga, su confidente, su cómplice.

Tenían 10 años de conocerse, desde el día en que Rocío decidió dejar de ser feliz y organizó una despedida de soltera a la que llegó, invitada por otra persona, Lluvia. Las similitudes en sus nombres les pareció graciosa, aunque no sería motivo para hacer algo especial o que significara nada diferente. Se empezaron a frecuentar después de la boda, a pesar del marido de Rocío y la larga relación matrimonial que venía sufriendo Lluvia, sobre todo los últimos tres años.

Ya no eran jovencitas e ingenuas. Rondando los 40, las canas, las arrugas y la flacidez estaban asomando en sus cuerpos, fieramente combatidos con cremas, shampoo y ejercicio, siempre un paso adelante pero sin ganar terreno.

Para cuando Lluvia terminó de despotricar contra el sujeto en cuestión, Rocío ya estaba dormida. Eran las 4 de la mañana. Sonriendo tiernamente, la tapó con el suéter pues se había quedado sobre las cobijas y se acostó con la esperanza de conciliar el sueño por lo menos otro par de horas. Tenían un largo día por delante.

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