Se murió mi gato.
Hace una semana que no despierto al escuchar sus uñas
tocando el suelo frío de la madrugada;
tenía artritis y su espalda encorvada
afectaba sus pasos, antes silenciosos.
Hace ya ocho días que no me apura con sus maullidos
para que saque su desayuno al patio,
que comía luego de revisar que no hubiera
otros gatos en los alrededores.
Esta mañana me despertó su nieta,
sin maullidos, sólo ronroneos.
Por costumbre bajé, saqué la comida y la llevé afuera,
pero la gata no comió.
Le hacía falta su abuelo para que revisara los rincones,
buscando intrusos que hubieran pasado la noche
entre los huecos de la casa;
me quedé de vigilante.
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